No es una exageración decir que el vino es una bebida ritual para el ser humano. Nacimientos, muertes, victorias, derrotas; en todas ellas siempre hay vino, estrechando lazos entre los asistentes a dichos actos.
No es sorpresa entonces que el vino tenga una presencia constante en numerosas obras literarias. Así como nuestras vidas están llenas de momentos álgidos relacionados con el vino, también lo están los libros que relatan experiencias universales.
Para ello seleccionamos una lista con obras literarias en las que el vino es usado en la narrativa como elemento simbólico. Algunas de la obras nos son familiares a todos, otras quizá sean referencias menos conocidas. En algunos casos, la relación con el vino será obvia, en otros será menos evidente o más compleja de entender. No obstante, en todos los casos creemos que hay algo que nos ofrece un nivel de comprensión mayor sobre la dimensión cultural del vino, y su importancia como elemento ritual para la humanidad. Cuando decimos ritual, en realidad no nos referimos a ritos habituales como puedan ser un rezo, una bendición, tocar madera… Lo que importa es la consciencia, el estar presente y ser testigo de la vida pasando ante nuestros ojos, y el vino siempre amplifica estas sensaciones.
Al fin y al cabo, acudimos al vino para ser transportados a otro plano mental, tal y como hacemos cuando comenzamos una lectura. Os invitamos a recorrer algunas obras literarias en un recorrido repleto de ingenio, amor, vida y por supuesto, vino.
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Enrique IV. William Shakespeare
En su obra histórica Enrique IV, publicada en el año 1600, William Shakespeare dio vida a Falstaff, un personaje que representaba lo cómico y era un alegre y divertido bebedor. En un pasaje de la obra, Falstaff realiza una acalorada defensa del sack, un vino blanco fortificado importado de España, predecesor del jerez.
Un buen sack contiene en sí un doble efecto. Primero sube al cerebro; allí se encarga de secar todo lo estúpido, aburrido y grumoso que hay en el entorno. Lo vuelve aprehensivo, ágil, sagaz, lleno de exaltada astucia y exquisitas formas. Luego, esto, trasladado a la voz, a la lengua, que es el nacimiento, se convierte en un excelente humor.
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Anna Karenina. León Tolstoi
La novela de León Tolstoi Anna Karenina ha sido considerada por autores contemporáneos como la mejor novela de todos los tiempos. En un fragmento de la misma, uno de los personajes, Kitty, observa el primer encuentro de Anna Karenina con el que luego sería su amante. Tolstoi relata lo que vió la princesa rusa Kitty en ese encuentro:
Podía ver que Anna estaba embriagada con el vino del éxtasis que inspiraba. Ella conocía esa sensación, conocía sus signos, y los vio todos en Anna — vio la temblorosa y brillante luz en sus ojos, la sonrisa de felicidad y emoción que involuntariamente forman sus labios, y la inconfundible elegancia, seguridad y suavidad de sus movimientos.
“¿Quién es?” se preguntó, “¿Todos o ninguno?”… Miró y sintió que su corazón se estrujaba cada vez más. “No, no es la admiración de la multitud lo que la embriaga, es el éxtasis de un solo hombre”.
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París era una fiesta. Ernest Hemingway
La “generación perdida” de estadounidenses expatriados en París filosofaba sobre la vida alrededor de una botella de vino en los cafés y bares de la capital francesa. En estos relatos, Hemingway nos cuenta sus experiencias y encuentros con F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y otros:
En Europa el vino era algo tan sano y normal como la comida, y además era un gran dispensador de alegría y bienestar y felicidad. Beber vino no era un esnobismo ni signo de distinción ni un culto; era tan natural como comer, e igualmente necesario para mí, y nunca se me hubiera ocurrido pasar una comida sin beber vino, sidra o cerveza. Me gustaban todos los vinos salvo los dulces o dulzones y los demasiado pesados, y nunca imaginé que si Scott compartía conmigo unas pocas botellas de un vino blanco de Mâcon, seco y más bien ligero, en él se iban a producir cambios químicos que le convertirían en un majadero.
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Gastrónomos. Roald Dahl
Más conocido por sus cuentos para niños como Charlie y la fábrica de chocolate, Dahl también escribió ingeniosos relatos para adultos. Gastrónomos trata sobre dos expertos en vino que hacen una apuesta para ver quién es capaz de identificar una misteriosa botella – y también sobre el esnobismo que rodea en ocasiones al vino.
Richard Pratt era un famoso gourmet… Organizaba comidas en las cuales eran servidos platos opíparos y vinos raros. No fumaba por terror a dañar su paladar, y cuando discutía sobre un vino tenía la costumbre, curiosa y un tanto rara, de referirse a éste como si se tratara de un ser viviente.
«Un vino prudente —decía—, un poco tímido y evasivo, pero prudente al fin.» O bien, «un vino alegre, generoso y chispeante. Ligeramente obsceno, quizá, pero, en cualquier caso, alegre».
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Ulises. James Joyce
En Ulises, decir «sí» al vino también representa el decir «sí» a la vida. Para Leopold Bloom, el sabor del vino le hace recordar momentos pasionales en uno de los pasajes más eróticamente evocadores de la literatura (la novela fue prohibida en EE.UU. de 1921 a 1933).
El fulgurante vino se le demoraba en el paladar, tragado. Pisando en los lagares uvas de Borgoña. El calor del sol, eso es. Parece como un toque secreto que me dice un recuerdo. Tocados sus sentidos se humedecieron recordaron. Escondidos bajo los helechos salvajes en Howth. Debajo de nosotros, bahía, cielo dormido. Ni un ruido. El cielo.¡Oh prodigio! Blandafresca de lociones su mano me tocó, me acarició: sus ojos en mí sin apartarlos. Arrebatado yací sobre ella, sus carnosos labios abiertos, besé su boca. Ñam.